Las cosas malas no
les suceden solo
a las personas
malas.
Las catástrofes
naturales cuando
llegan
no discriminan, no
escogen,
llegan y arrasan
con todo lo que
tienen enfrente.
Comprender el mal,
la injusticia, la
miseria, el dolor,
las casi
insoportables
pérdidas,
el desamparo, no
lo comprendemos.
No nos enseñaron
esa ciencia de
tener el corazón
así, tan perfecto
y el alma, tan
abierta. Por eso
lloramos tanto.
Y clamamos
misericordia al
Padre.
Tomamos conciencia
de nuestra
pequeñez
y dependencia de
una fuerza
superior e
ilimitada y nos
doblegamos.
Los sufrimientos y
los dolores
nos aproximan a
Dios y
llegan al corazón
de las otras
personas,
que no pueden ni
deben permanecer
indiferentes,
porque la verdad
es que
estamos todos
navegando
en el mismo barco,
que en momentos se
balancea
y en momentos se
aquieta,
siempre
independiente
de nuestra
voluntad.
Pero los
obstáculos no son
puntos finales ni
muros
sin salida.
Cuando se pierde
todo, excepto la
vida,
es que todavía
tenemos
algo por delante.
Las cosas que no
podemos
evitar las
recibimos y
aprendemos a
reconstruír
con lo que nos
queda.
Pegamos un pedazo
aquí, otro allí y
rehacemos la vida,
rehacemos el mundo
que,
finalmente,
existe porque
existimos y
nuestra cruz
no será demasiado
pesada si sabemos
que tenemos
a alguien
que nos ayuda a
cargarla.
Letícia
Thompson